J.A.SARASKETA
El oso suscita una admiración especial, posiblemente por su bravura e independencia. Su caza a rececho siempre es compleja por las circunstancias que concurren en un animal desconfiado, solitario y con un instinto de conservación muy desarrollado. Otra cosa son las esperas, siempre más cómodas y seguras para hacerse con un gran ejemplar. A pesar de la creencia de que los osos son animales en extinción, países como Rumania, Rusia, Turquía, Grecia, Macedonia y Canadá cobijan poblaciones importantes de plantígrados. De ahí que su caza se permita controladamente en base al número de ejemplares que residan en determinada zona. En los Cárpatos de Rumania se estima una población de 8.000 osos pardos, de los que 250 aproximadamente son motivo de caza anualmente, previa solicitud y pago en base del tamaño del animal una vez capturado. Esta extraordinaria riqueza faunística, a tan sólo tres horas de avión, se antoja como un sueño para cualquier amante de la Naturaleza. Osos de 300 kilos, lobos de 90, espectaculares ciervos y magníficos rebecos ocupan la cordillera de los Cárpatos en franca progresión. Un vivo ejemplo de lo que hubiese cobijado los Pirineos y la cornisa Cantábrico a nada que la insensatez y el egoísmo de los hombres hubiese estado a la altura de las circunstancias. Recientemente un conocido aficionado ha tenido la fortuna de cazar en este país y todo lo que me transmite son alabanzas. La reserva de Lapusna de 60.000 hectáreas situada próxima a Targo Mures, dirigida con delicadeza y acierto por el joven ingeniero Calín Puchianu, es todo un paraíso cinegético con un espectacular hábitat donde los abetos llegan a alcanzar los 45 metros de altura, algo inédito por estos lares y fruto de un clima hostil en invierno y cálido en verano. Este país es, además, experto en temas de repoblación, con alevines de 7-8 centímetros nacidos de reproductores de truchas autóctonas, algo que aquí nos hace falta como agua de mayo.
Fuente: El Correo
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