viernes, 17 de octubre de 2008

Próxima a desvedarse la caza surge en el aficionado aquel lance tantas veces soñado que por nerviosismo o imprudencia se fue al garete. Para unos quizá fue la gran pieza tantas veces añorada, para otros mas modestos, una de las pocas oportunidades que se le van a presentar en su periplo cinegético, aunque, eso sí, no menos ilusionante. Es el encanto de la caza, el afán de alcanzar un sueño sin el cual mermaría el estimulo.

No en vano la caza tiene el encanto de las ilusiones, sin ellas el afán de acariciar nuevas esperanzas desaparecería y no tendría mucho sentido esta práctica. Llegado el caso el venador se hace más realista que filósofo y transmite la verdad que su experiencia le enseñó, pero olvida que su alma, ésa que no sabe de nuevos encantos, no le transmite a su espíritu afanes de existencia. Por eso los veteranos debemos seguir aprendiendo sin entregarnos nunca, aunque caminemos despacio porque dominar las costumbres de los animales es pura ciencia.
Porque, cuando creemos entenderla, una incidencia cualquiera, sin relación aparente en los hábitats de un animal, desmiente todas las teorías, todas las reglas que parecían fijas, todo se desvirtúa. De la misma forma que ese cazador comprometido debe denunciar nuestras faltas y hacer llegar también a la opinión pública sus verdades e inquietudes. Entre ellas, y por citar alguna, la defensa del oso pardo.
Un animal noble, símbolo de independencia y fuerza, a pesar de la aureola de peligro que erróneamente creció en nuestra fantasía desde la niñez, cuando alrededor del fuego bajo escuchábamos a los montañeses narrar encuentros con el oso. Sucedidos fabulosos que el movimiento de sombras producido por el bailoteo de las llamas contribuía agrandando en nuestra memoria. No, no es peligroso, es un animal pacifico que nunca va a atacar al hombre si éste no le acosa. Tampoco creo que sean tantos los daños que hace al ganado. Es un competidor del ganadero, eso sí, ése que le ha invadido su hábitat con un pastoreo abusivo.
De ahí que no le quieran y le teman, porque les obliga a estar pendientes del ganado cuando en primavera lo suben a los pastos de alta montaña, ésos que el oso ocupo muchos años antes que ellos. Sin olvidarnos de la caza de las torcaces durante el periodo de contrapasa, un compromiso ineludible que nuestra Administración tiene con el cazador vasco.

J.A.SARASKETA


Fuente: EL CORREO

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