lunes, 20 de julio de 2009

Sueños de cazador

Mis mejores cacerías han sido siempre en sueños. El cazador goza de una facilidad asombrosa para la imaginación, una sana costumbre que ejercita la mente. Y a mí eso me pasa mucho, con frecuencia, especialmente a estas alturas del año, cuando se barruntan en el almanaque los días de escopeta y perro. Ya empiezo a imaginar cómo será lo que vendrá, qué aguardarán la suerte o el destino para este año, a partir de mediados de agosto, cuando la cuadrilla salga al monte por primera vez detrás de los conejos. Cómo responderá el cachorro, el pointer nieto del 'Duque', un bonachón que pinta buenas maneras. Cómo andaré de puntería, si seré capaz de acoplarme mejor a la escopeta, si sacaré la Víctor Sarasqueta DH de 1940 o la Ugartechea de los años veinte que estoy a punto de estrenar. El cazador sueña todo el año, rememorando lances inolvidables o imaginando muestras que ojalá se produzcan algún día. Si pasa por un paraje bello, aunque desconocido, el cazador es incapaz de evitar la tentación de imaginarse batiendo esos montes. ¿Cómo se cazará en esta tierra?, se preguntará el andaluz de visita en Asturias y el gallego de viaje en Cataluña. Acaso esa necesidad de vivir la caza a todas horas nos lleve a fantasear a veces, de modo que todos tengamos algún amigo que todos los días hizo el cupo o que alcanzó una perdiz a doscientos metros de altura, sin exagerar, porque exagerando iba a medio kilómetro. Mentirijillas al cabo que hay que saber perdonar, porque ¿quién no ha confundido alguna vez la realidad y el deseo?
Sebastián Torres

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