domingo, 13 de diciembre de 2009

La hora del lobo

Llegó la nieve con cierta anticipación y los animales lucen su mejor pelaje. El monte está cargado con sabor de invierno y todo hace suponer que va a ser tan duro como los de antaño. Las tardes caen con rapidez y la Luna rompe rápido luces y sombras. Los búhos, dueños de las noches invernales, hostigan con su blando vuelo y silencioso a los medrosos conejos. La cruda realidad de la Naturaleza se refleja como en ningún lado en las gélidas noches invernales de la montaña. Las jabalinas en breve entrarán en celo, perdiendo los machos parte de su instinto de conservación. Momento en el que el avispado cazador perseguirá a ese gran macareno que se le ha escapado en varias batidas, no sin antes dejar a más de un perro tirado en el monte con las tripas fuera.

Es también el momento del lobo. El hambre aprieta y el ganado lo sufrirá en sus carnes. Gran cazador y mejor estratega, suscita admiración entre los urbanitas y odio entre los ganaderos. Para el cazador es el más codiciado trofeo de la fauna ibérica. Dotado de una inteligencia muy superior a la de cualquier otro animal, esta joya biológica de la Naturaleza, desde los albores de la historia siempre ha competido con el hombre. Su caza es compleja, no en vano no pasa nunca dos veces por el mismo sitio. El ojeo, si se hace bien, es uno de los procedimientos más eficaces.

Hablar del lobo en el medio rural es mentar las cuerdas en casa del ahorcado. Sin embargo entre los urbanitas el protagonista de las fábulas de Samaniego y Caperucita Roja es toda una bandera, un referente de poder y libertad. Los agricultores soportan los daños y los ecologistas lo adoran. Difícil llegar a un consenso.
J.A.SARASKETA

Fuente: EL CORREO

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