viernes, 7 de mayo de 2010

CAZADORES SÍ, ESCOPETEROS NO

La primavera, eterna promesa de futuro para la fauna silvestre, es una estación importantísima para su devenir. No en vano deben coincidir muchos factores para que el proceso de reproducción no se vea afectado por una agricultura intensiva, carente del más mínimo respeto hacia los animales.

Los que sobreviven a un envenenamiento masivo de los campos se ven obligados, ya de adultos, a admitir la intervención del cazador en ese complejo intento de volver a sus orígenes como un predador civilizado.

La perdiz roja, reina de la avifauna ibérica, víctima de unos y otros, adquiere en este reto entre la vida y la muerte un protagonismo especial. Así y todo, no son pocos los que, ignorando todas estas dificultades, llegan a confundir lo que debería ser una caza controlada con un torbellino de superaciones que parece saltarse las reglas del juego establecidas. Vivimos una época competitiva donde el que más cuelga, el que más corre o el que mejor tira tiene una valoración prevalente sobre los verdaderos factores que deben regir esto de la caza. No me cansaré de repetir que no tiene que ser necesariamente el mejor cazador el que más piezas cobre, sino aquél que sabe hacer una lectura sensata de cada lance, valorando con intensidad todas sus vivencias. Los arrogantes y competitivos que gustan de darle al dedo no deben tener espacio en el contexto del cazador moderno. Difícilmente puede definirse como cazador quien no entienda estos preceptos y no se agache a recoger la pieza abatida con el respeto que todo ser vivo merece. Mucho menos aquellos que no dudan en disparar a peón a una perdiz de repoblación.
Si se quita el misterio y la dificultad, el encanto desaparece; es normal entonces que la caza se reduzca a cuantificar piezas. Son estos escopeteros los que desbaratan el esfuerzo e ilusiones de los verdaderos cazadores. ¡Con lo que cuesta no ya avanzar sino no retroceder más ante la opinión pública! Transcienden mucho más todas estas tonterías de cuatro desaforados que la labor racional de un sin fin de cazadores auténticos que guardan respetuoso silencio.
JUAN ANTONIO SARASKETA


EL CORREO

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